Maraca, música para el paladar… experiencia para los sentidos

Una puerta de madera gruesa, con arcos, pintada en rosa fuerte contrasta con el entorno de las antiguas edificaciones que caracterizan la Ciudad Colonial. No veo el nombre, aunque después lo “descubro”… es que está artísticamente disfrazado. Entro a curiosear. El restaurante, en la calle Arzobispo Nouel 202, esquina José Reyes de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, tiene nombre de un instrumento musical caribeño, “Maraca”.  Es domingo alrededor de las 6:30 y me animo a entrar.

Al final del vestíbulo, una hermosa mujer de aire caribeño, labios carnosos y un colorido pañuelo en la cabeza nos recibe desde un cuadro que domina imponente la pared del área de espera y que recuerda a la famosa bailarina y actriz brasileña Carmen Miranda. Me acerco, buscando el autor y noto que está hecho en mosaicos… El artista es Willy Gómez. Bajo esta pieza, un largo y cómodo sofá en forma de “ele” con varios cojines permite relajarse, al igual que demás sillones que ocupan este espacio. Elementos que recuerdan la selva, como plantas, diseños textiles, figuras de metal sobre la mesita, rinden honor a nuestra herencia africana… Del lateral derecho cuelgan cuernos de venado (tranquilos, no son del animal, sino una planta que, al menos aquí se conoce con ese nombre).

La decoración, ecléctico y vanguardista, contiene elementos súper tropicales, plantas y cojines en colores vibrantes que dan vida a los muebles de madera. Las piezas y estilos contrastan y se entrelazan, logrando armonizar el pasado y el presente para crear un espacio creativo, confortable y, definitivamente, con un toque singular… orgánico.

Sus mesas, de madera en distintos tonos, no llevan manteles, de modo que podamos apreciarlas; sobre ellas, coloridos y diversos platos de cerámica que parecen piezas de arte combinan con las grandes servilletas estampadas de tela. Y si le sirven alguna comida en platos de piedra, sin mucho color, para mantener temperaturas especiales, los alimentos se ocupan de dar vida y belleza.

Hay cuatro ambientes (serían cuatro y medio si contara la entradita inicial, cuyo techo abovedado empapelado me enamora). En el primero, donde espero, Jonathan, mixólogo del bar, me ofrece un Maraca Punch, su trago insignia. Este coctel (con jugo y sirope de mango, especias, vodka y vino blanco macerado en cáscara de naranja) me habla del lugar. Bello, mezcla de sabores y culturas, servido en un vaso de cerámica, ya alimenta la vista y el tacto; lo pruebas y el sabor se enriquece con el aroma a hierbabuena que forma parte del adorno, junto a una saludable rodaja de mango, ¿lo pueden imaginar? ¡delicioso! Y esto mientras disfruto el ambiente, la música, la relajación…  Desde el comienzo se percibe la propuesta consciente que dice “Maraca no es un restaurante, es una experiencia”, en voz de uno de sus propietarios.

El entorno es relajado, casual. Frente a mí está el salón principal, por un lado; el bar por otro y arte, buen gusto, por todas partes… ¡hasta en sus baños! En el salón comedor, alrededor de las mesas, las sillas de pajilla y algunos sofás acogen gratamente al comensal; el estilo aquí es como de nuestros países caribeños de los años sesenta, pero los detalles de actualidad nos mantienen en el presente, mientras un gran estante le da ese aire acogedor propio de una casa y la iluminación, muy agradable, llama la atención por las lámparas. Camareros atentos van de un sitio a otro con sus mandiles hasta la rodilla en ramos. También hay una barra que de seguro les encantará (la base de sus taburetes me recuerda las jaulas para pajaritos, ya verán).

Pero les cuento del patio, que fue el lugar donde cené: en sus paredes se proyectan imágenes cambiantes en movimiento que a veces parecen ampliar el lugar, que está rodeado de plantas y tiene el mobiliario propio de un patio tropical. Me traen un ceviche Maraca con leche de tigre de mandarina y chicharrón de cangrejo acompañado de tostones de buen pan (pan de fruta) con salsa alioli. Ustedes saben que la clave de la comida está en la frescura y calidad de sus ingredientes, pues bueno, el pescado es comprado del día a pescadores locales, y muchas de las hierbas aromáticas y brotes que usan son sembradas por ellos en su huerto, asegurando frescura y calidad. Las pastas -y todas las masas- son caseras, y se elaboran “desde cero”. Su oferta culinaria, de gran calidad, se debe al chef Pedro Mota.

Su cocina es fusión e internacional, pero buscan enaltecer nuestra cultura en platos y sabores con ingredientes y toques locales. El menú incluye platos pequeños (para que prueben más cosas), medianos y grandes y la clasificación es “Del campo” (ñoquis parisinos, pesto genovés de macadamia (que se da en Jarabacoa)…, “Del mar” (carpaccio, ceviche, pulpo…) y “Del fuego”, (wagyu New York Strip, carbonara asiática, o más fusionado con lo local, focaccia rellena de queso de hoja…). Hay risotos, pastas, ensaladas… No incluye postres, pero los tiene, y se especializan en helados caseros, con sabores muy nuestros de auyama, de malta, de coco… Probar es siempre mi invitación, la de ellos es darles una experiencia sensorial… Vayan. Seguro repetirán.

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Uno de los detalles que más me gusta son los platos de cerámica, coloridos, de flores, que contrastan con cubiertos dorados y esto puesto sobre la mesa de madera, sin mantel…

Miriam Veliz

 

 

 

 

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