
“Es mi primera máscara después de chiquito, porque no tenía cuartos para comprármela yo”, por supuesto, que el acento es resbaladizo y sellado con la “i” como lo hacen con dulzura los santiagueros. Giovanny interviene al final del diálogo para pedir una ayuda, con la cual hacerse su careta el año que viene. En un ambiente festivo, el parque Valerio toma un aire de fiesta improvisada; los vendedores de vejigas orgánicas hinchadas, atraen a sus clientes por veinte cinco pesos, las más secas, pintadas de rojos, amarillo o azul, llegan a treinta., y siempre hay un muchacho que la pide de la regalo, su carnaval consistirá en dar vejigazos… A las tres, se observa que la gente va subiendo directamente al Monumento, sin concentrarse primero en la Gobernación. Nos vamos por la calle Restauración y en las esquinas, muchos muchachos se cambian la ropa por el disfraz, se oyen los ruidos de las campanas y de los cencerros de los diablos saltando, y ya suenan los vejigazos y los primeros gritos de la víctima, asustada y sorprendida, relajándose y quitándose el miedo con nerviosas carcajadas.
Por las calles laterales a la Restauración, ya se llenan las esquinas y los padres de familia subiendo, muchas mujeres se animan dando los saltos de calentamiento, luciendo sus brillantes diademas y sus trajes, se maquillan con una atención mezclada de coquetería y arte carnavalesco, siempre con las mejillas bien coloradas. Al pie del Monumento, un “vejiguero” cuelga una cortina de vejigas blancas con él, dos ayudantes las hinchan con su boca y las anudan con diestra velocidad. Y dicen, “mire doña sé que “hay que buscársela, la cosa está dura, nosotros estamos vendiendo las vejigas por necesidad, vea”. A unos metros la policía municipal empieza a organizar el entorno del Monumento y a cerrar el paso a los carros en menos de una hora el césped se inundó de mil colores, los niños corretean, sueltos como pollos del corral, en una atmósfera colectiva de alegre familiaridad, las madres y los padres sentados en los escalones del espacio, dejan sus hijos saltar e improvisar con sus amigos los pasos y los bailes que destacaran en el desfile final.
Con sus diablos cojuelos, Santiago de los Caballeros se hincha de orgullo, la ciudad tiene un aire de alegría y mucha contentura en la cara de sus pobladores, vienen a ver a los “mascaraos”, a las comparsas y los grupos con un aire de admiración y orgullo. Los más pudientes, se sientan en los negocios de los alrededores a tomarse un traguito o una cervecita, para presenciar la felicidad de sus compueblanos y el jolgorio de sus niños. En todo el ambiente, se siente al ánimo de una ciudad unida, de las madres y padres felices en un paseo compartido con sus hijos que tienen el puesto de protagonista…
Por Victoria Curiel